GERENTE GENERAL
FUNDASES
SEPTIEMBRE DE 2022
A pesar de los incrementos indiscutibles en la productividad agrícola, el proceso de la agricultura moderna ha estado acompañado en muchos casos por degradación ambiental, problemas sociales y por un uso excesivo de los recursos naturales.
Un aspecto que adquiere cada vez mayor importancia en la evaluación de los efectos de la revolución verde, es el de su impacto ecológico. En forma prácticamente imprevista la difusión de las tecnologías de alto rendimiento ha causado muchos efectos negativos sobre los recursos naturales, tales como:
· Erosión genética resultante de la eliminación de variedades locales.
· Mayor incidencia de plagas y enfermedades debido tanto a la mayor susceptibilidad de las nuevas variedades como a la masificación y uniformización de los cultivos.
· Contaminación como consecuencia de la aplicación masiva de pesticidas, herbicidas y fertilizantes.
· Degradación de suelos y aguas causada por el mal uso de sistemas de riego.
Estos efectos negativos son manifestaciones claras de las externalidades de la agricultura que además de implicar costos ambientales también implican costos económicos. En la medida en que la degradación es más aguda, los costos de conservación son mayores. Estos costos ambientales deben ser parte crucial del análisis económico comparativo entre diferentes tipos de agroecosistemas de la actividad agrícola.
La agricultura moderna se ha convertido así en una actividad sumamente compleja, en la que las ganancias en el rendimiento de los cultivos dependen del manejo intensivo y de la disponibilidad ininterrumpida de energía y recursos suplementarios. En esta época con problemas de energía y de creciente preocupación pública por el medio ambiente, se hace necesario impulsar una agricultura que sea eficiente en el uso de la energía, económicamente viable y socialmente aceptable.
AGROECOLOGÍA Y AGRICULTURA SUSTENTABLE
A nivel mundial cada vez se exige con mayor énfasis, la implementación de nuevas estrategias de desarrollo agrícola mediante agroecosistemas que aseguren una producción estable de alimentos, observando la calidad ambiental. Los objetivos que se persiguen son entre otros, garantizar la seguridad alimentaria, erradicar la pobreza y conservar y proteger el ambiente y los recursos naturales.
Los agroecosistemas son productores de biomasa destinada preferentemente a un consumo externo a él y funcionan con el concurso de dos flujos distintos de energía. Uno es el flujo que proviene de la radiación solar, convertida en energía por tejidos a través de la fotosíntesis. El otro es el flujo energético auxiliar, es decir, de apoyo controlado enteramente por el agricultor y que se identifica en su mayor parte con la energía de origen fósil y con los medios de producción.
Los dos flujos se diferencian claramente: uno lo constituye la energía nativa (propia del sistema), abundante y gratuita; el otro la energía importada, limitada y costosa. Parte de la biomasa producida en los agroecosistemas es exportada bajo la forma de producto mercantil, mientras la parte restante constituye los residuos de cultivo que permanecen en el suelo. Si se utiliza la cosecha para la alimentación animal, parte puede volver al terreno bajo la forma de deyecciones o junto con la materia vegetal bajo la forma de estiércol, con el fin de aumentar la cantidad de materia orgánica del suelo. El aporte del flujo energético natural ha regido durante milenios el funcionamiento de los agroecosistemas, hasta el momento en que se comenzó a disfrutar del ciclo energético auxiliar.
En la agricultura moderna es enorme el flujo de energía auxiliar que entra en los agroecosistemas al lado del flujo natural, de tal modo que el sistema agrario actual depende para su funcionamiento de los aportes externos de energía fósil. Se configura, por lo tanto, un flujo bidireccional de energía entre el sistema del campo y el sistema de la ciudad. En términos cuantitativos el flujo de energía auxiliar empleada supera al de la energía exportada del sistema de campo bajo forma de cosecha.
En la práctica el valor añadido es el rédito del agricultor, mientras los gastos intermedios son los costos de producción que el agricultor paga a la industria que le suministra los medios de producción. De esta simple ecuación es posible darse cuenta de cómo las ventajas económicas conseguidas en el sector agrícola se inclinan más hacia la industria que hacia los agricultores.
Por tanto, es necesario avanzar de una tecnología basada en el uso de variedades vegetales y razas animales de alta respuesta al consumo de insumos artificiales hacia un tipo de desarrollo tecnológico, ecológicamente sostenible, fundamentado en la investigación y aprovechamiento de sistemas y propiedades biológicas como la fijación natural de nitrógeno, la solubilización de fósforo, la utilización de bioabonos, el control biológico de plagas y enfermedades, los policultivos, los sistemas agrosilvopastoriles, etc., que finalmente permiten incurrir en menores costos de producción, rendimientos sostenidos en el tiempo, reducción de la contaminación ambiental y en evitar la degradación y agotamiento final de los recursos naturales. Implica cambiar el énfasis de la relación rendimientos-insumos hacia la relación rendimientos-innovaciones biológicas.
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